Nunca había oído antes hablar de Wroclaw, aún menos de sus gnomos. Iba con frecuencia a Varsovia por motivos personales. Había visitado un par de veces Cracovia durante aquellos fines de semana en que ir y venir por dos o tres días era fácil y muchas veces barato, desde Barcelona, gracias a los vuelos low-cost de Wizzair o Ryanair, entre otras compañías. Pero el resto de Polonia era para algo así como un desconocido territorio comanche poblado por ciudades impronunciables que no sabía situar en el mapa. Será por ello que Polonia se puso de moda en los últimos tiempos entre los viajeros españoles, y el resto de europeos, puesto que permite salirse del guion hacia lo inexplorado conservando una muy buena relación calidad precio, un buen equilibrio entre lo aun exótico y diferente y lo accesible que resulta (o resultaba) llegar hasta sus ciudades, de disciplinada y cuidada belleza.  

Ayuntamiento de Wroclaw

Wroclaw es la capital de Baja Silesia, en 2016 fue nombrada como Capital de la Cultura Europea y desde entonces si bien el turismo ha aumentado de manera notable, también lo han hecho los servicios, pero la ciudad se presenta hoy en su punto justo entre las facilidades para divertirse como visitante y la autenticidad de un lugar aún poco explotado, que sigue viviendo pensando en los locales y no en los turistas.  

Pese a ello, cuenta con un reclamo turístico aun silencioso que no deja de ser un guiño a las familias y a los niños…

Gnomos en las calles de Wroclaw

Hay más de 180 gnomos de bronce repartidos por el entramado urbano de la ciudad de Wroclaw, algunos de estos gnomos hacen su vida en espacios abiertos o plazas, otros ocupan lugares más discretos, visibles solo para aquellos buenos cazadores de momentos que se dediquen concienzudamente a encontrarlos. Como truco para aquellos poco persistentes aquí os dejo el mapa de gnomos de Wroclaw.   

De tanto en tanto, podemos encontrarnos con simpáticos personajes

A la ciudad llegamos de noche, en un viaje coche desde Cracovia de casi tres horas. En el centro es complicado aparcar, así que dejamos el coche un poco alejado del céntrico hotel que habíamos elegido para pasar la noche. Al llegar al mismo, nos dimos cuenta de que habíamos elegido bien. Era el Best Western Prima Hotel. La calle estaba prácticamente vacía en una noche confusamente tranquila de sábado. Hacía frío y en Polonia la diversión se cuece en espacios cerrados. Había multitud de bares, muchos de ellos reconstrucción de nueva era sobre fondo deliciosamente antiguo. Entramos a tomar una cerveza en uno de ellos y la selección de tirador era excelente.  

Un bar de vodka en Wroclaw

Buscamos un sitio para cenar, pero al haberse hecho tarde no nos quedó más remedio que recurrir a la oferta de la globalización, hay sitios nuevos para degustar ramen, ensaladas, hamburguesas y comida étnica de cualquier tipo. Más tarde, fue posible rematar la noche en uno de los bares de vodka que abundan en el país, plagados de gente a lo largo de largas barras que ofrecen mil tipos de bebidas contundentes a un público joven y festivo. Al salir, andamos un poco en dirección al hotel y cerca de una esquina, ahí estaba, como tímido ante nuestra inoportuna aparición: un gnomo empinando el codo.   

Los gnomos recogen una antigua tradición popular polaca, los “Krasnoludk”, una suerte de duendecillos que luchan contra la mala suerte. Y, ciertamente, a la ciudad, ahora floreciente, le hubiera venido bien algo de mejor suerte en el pasado, si atendemos a su dramática historia llena de oportunidades, pero también de desafíos importantes.

En Wroclaw, confluían dos importantes rutas comerciales: La Vía Regia y la antigua Ruta del ámbar, que unía Sant Petersburgo con Venecia, pasando por las repúblicas bálticas. La ciudad perteneció a la Liga Hanseática y al Sacro Imperio Germánico durante la edad moderna, pasando a formar parte de Alemania durante buena parte de su historia. Fue a partir de los acuerdos de Yalta y de Potsdam que Polonia obtuvo la ciudad y toda la región Silesia. La población alemana fue deportada en masa y la ciudad repoblada por nuevos habitantes polacos. La ciudad reconstruyó su identidad y se proyecta actualmente tendiendo puentes al futuro.  

Los puentes son un rasgo importante en la personalidad de Wroclaw, que ha ido incluso llamada la Venecia de Silesia. La ciudad se alza sobre 12 islas y multitud de puentes sobre el curso irregular del Río Öder, de entre los que destaca por su grandeza el Puente Grunwaldzki.

Cada uno de ellos es la posibilidad de una panorámica nueva abierta y natural que contrasta con las calles estrechas de la ciudad vieja, salpica de edificios de corte centroeuropeo y hanseático al entorno de plazas con terrazas entre las que destaca la Plaza Rynek, la antigua plaza del mercado, y epicentro de cualquier itinerario para el visitante.   

Aquella mañana, el día amaneció radiante y la luz del sol reflejaba sobre el colorido paisaje de casas antiguas. El río parecía ofrecer un sinfín de miradores sobre los que dejarse llevar. Al otro lado, el Puente Tumski, mi favorito, parecía dar entrada a un barrio mágico por el que colarse en algún túnel del tiempo perdido.  

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